jueves, 19 de enero de 2012

Tomar el lapiz.

Ahí estabas, estábamos, vos aligerando tu mochila después de varios vasos de vino, sonreías, y hablabas, y reías, yo también lo hacía, envuelta en una frazada, y ardida de sol de mediodía, con un vaso de vino a medio terminar sostenido por las dos manos, te escuchaba atentamente, te observaba desvestirte arrancándote a pedazos eso que no abriga, ni cubre, pero pesaba y hasta dolía. Y escucharte, aceptar esa tacita invitación a tu mundo de demonios y olvidos de tu vos, y confiabas como quien confía en las aguas mas calmas, sin secretos, burlándote del lado mas absurdo de tu propia vida, poniendo sobre la mesa los platos rotos, los sueños olvidados, y las treguas con vos mismo, hablando con vos, conmigo. Mas vino, no queda, creo que queda uno mas, voy yo, vas vos. Te alejas, tarareando algún tema que no logro distinguir. Te veo a la distancia, en las dos distancias, respiro. Con una ráfaga de viento recuerdo lo que acabas de decirme y lo siento casi como si me lo hubieras contado una y otra vez desde hace años. Mi cuaderno yacía a mi lado, un lápiz casi sin punta se apoyaba sobre el, pensé en vos, pensé en aquel momento, en lo bueno sería que siempre podamos ser conscientes de que vivimos, a veces hasta casi sin dejarnos respirar, y para los melancólicos, quedan migajas con sabor a postre de naranjas. Y sin dudarlo, recoger del suelo tus palabras, sostenerlas, observarlas, creer en ellas. Tomar el lápiz, abrir el cuaderno, elegir una hoja en la oscuridad, intentando no escribir sobre dibujos, sobre letras, y las palabras que brotan casi como un rito, como un conjuro, para su mente, que se borren las voces de su cabeza, que no lo atormenten por las noches, ni tampoco por los días, ¿divido en mañanatardenoche? Que no lo atormenten, que las voces de su cabeza no lo atormenten, ojos cerrados, abro, la hora de las luciérnagas pienso –o la hora de los deseos- sonrió, y el mío se va montado en un avioncito hecho de estrella. Que vuelvas contando alguna historia, con una botella de vino en tu mano derecha, ríes, sirves, te sientas, te miro, la luna en tu frente, en tus ojos, en tu pelo, en tus manos, la luna en casi todos los costados, otra vez, tus manos, que toman la guitarra casi de manera automática, mientras que el mundo, el mío, y creo que el tuyo también, se llena de luna. Color luna, sonido luna, viento luna, y ese cosquilleo interno del color piel luna, el cuaderno yace a mi lado, un lápiz casi sin punta vuelve a apoyarse sobre él.